Finalizada la tercera temporada de The Walking Dead, la popular serie de AMC, la Red se ha visto inundada de comentarios de seguidores descontentos con el curso de los acontecimientos. Junto a la desaparición de Andrea, el motivo de tal corriente virtual de desacuerdo parece ser que El Gobernador, uno de los mayores villanos aparecidos en pantalla en los últimos tiempos, continúa vivo.
Leyendo una vez
una review sobre “Funny Games”, la durísima película de Michael Haneke
en su versión europea, encontré una reflexión muy interesante, en
alusión a una escena en que parece que una de las personas retenidas y
martirizadas por aquellos dos psicópatas va a ser capaz de salvar la
situación: “El espectador respira aliviado, porque en su interior está
sufriendo, y desea que esa familia logre sobrevivir, lo que demuestra
que, por lo general, la mayoría de la gente es buena”.
El revuelo que ha generado Philip al desvanecerse en el aire, con su capacidad de atemorizar intacta, con su condición de permanente amenaza que sin duda volverá, al más puro estilo Terminator, nos ha dejado a todos un poso de inquietud, pues, como ocurría en el film de Haneke, deseábamos ver caer a este personaje. Algunos, por esa obstinación en que la serie sea un calco del comic. La mayoría, supongo, porque estábamos cansados, alarmados incluso, ante esa representación del mal que de manera magistral ha construido el actor David Morrissey.
Tan potente que los productores y guionistas entendieron que es un personaje demasiado poderoso como para prescindir de él, y que su presencia ofrece un amplio abanico de recursos argumentales para la siguiente temporada. Porque me cuesta creer que le hayan dejado vivo para eliminarlo en el primer o segundo capítulo de la cuarta temporada, aunque bien sabemos que todo puede ocurrir, y que estamos ante una serie muchas veces imprevisible. No por ello mala. Nunca encontraremos el guión que nos satisfaga a todos, eso está claro, pero, en general, creo que en The Walking Dead hay más aciertos que errores, y más calidad de la que se desprende con un primer visionado. Sirvan como ejemplo algunos detalles: El hijo de Morgan en el primer episodio de la serie, ese Duane Jones, curiosamente llamado igual que el actor negro que protagonizó la versión original de “Night of the Living Dead”, de George A. Romero, en 1968, unánimemente considerada la piedra filosofal del cine zombie. O cierta conversación entre las difuntas Andrea y Lori en un momento de la denostada 2ª temporada, en que la mujer de Rick censura a Andrea por pasar demasiado tiempo fuera vigilando, en lugar de estar en el hogar realizando tareas domésticas. Como mujer liberaba del siglo XXI, ella no puede entender que Lori se exprese de esa manera, pero es que la humanidad, les guste o no, ha retrocedido 400 años con el Apocalipsis.
O la cruel escena del mochilero, con una toma de la mochila exactamente igual al plano que cierra “Henry: Portrait of a Serial Killer”, una salvaje y oscura película de 1986, dirigida por John McNaughton, basada en la historia real del psychokiller Henry Lee Lucas, y protagonizada por un joven Michael Rooker (Merle).
Pero centrémonos en la figura del Gobernador. Debo confesar que mi primer contacto con los comics de WD tuvo lugar en el parón otoñal de esta tercera temporada. Durante el pasado verano fueron filtrándose avances, y era llamativa la expectación de los fans hacia este personaje, los debates que originó sobre qué actor debía interpretarle, etcétera. Pero no tuve claro, porque quería descubrirlo por mí mismo y me negué a leer spoilers, si era bueno o malo. Si sería un aliado, o un escollo en el camino a la supervivencia del grupo de Rick, Hershel y Daryl.
Hasta que apareció en el tercer episodio, con su llamativo aspecto, su impresionante planta, caminando entre los restos del helicóptero, dejando claro desde el primer momento quién toma las decisiones, mientras Michonne y Andrea permanecen escondidas. Y a lo largo de ese tercer capítulo, llegas a creer que es un tipo equilibrado, hasta que la matanza de los soldados de la Guardia Nacional revela de golpe su verdadera condición.
A partir de ese momento, iremos viendo poco a poco las múltiples facetas, negativas todas ellas, de ese líder que mantiene idiotizada a toda su comunidad en Woodbury, al estilo del jefe de una secta a cuyos seguidores ha prometido el Paraíso, rodeado de paramilitares, y manteniendo engañada a su gente, al estilo Jim Jones, como explicará posteriormente Michonne al agente Rick Grimes, en alusión al iluminado que llevó a casi un millar de personas a suicidarse en masa a finales de los 70 en Estados Unidos.
Calculador, percibe enseguida una gran diferencia entre sus dos invitadas: Andrea se dejará cegar por el aparente brillo del asfalto de Woodbury, y creerá haber encontrado por fin un cobijo. Su compañera, en cambio, desconfiará de Philip desde el principio, y el encuentro ante los tanques agujereados por los balazos entre el Gobernador y la guerrera de la katana es muy significativo: Él no es trigo limpio, sabe que Michonne se ha dado cuenta, y que tendrá que vigilarla muy de cerca. Juega a seducir a la rubia ex – abogada, se permite disfrutar de placeres mundanos, y además se recreará en socavar, con el hecho de atraer a Andrea a su lado, la relación entre ambas mujeres.
No todos sus juegos son tan refinados. La sala con las peceras, ese cuaderno en que anota los nombres de amigos y familiares convertidos, bruscamente interrumpido al llegar a la pequeña Penny, y la presencia de esa niña, muerta viviente engrilletada en una estancia oscura, van mostrando paulatinamente el deterioro mental de este hombre, alternado con los discursos pacificadores y mesiánicos ante su comunidad de feligreses.
Deterioro que estalla cuando Michonne descubre a Penny. Acostumbrada a estar alerta, la luchadora bajará la guardia por un instante al encontrar a la niña con la cabeza tapada. No se dispone a enfrentarse a un zombie, porque es incapaz de sospechar que alguien esté tan enfermo como para mantener a esa criatura en esas condiciones.
Siempre atento a aquellos de quienes se ha rodeado, deja actuar a Merle, pero siempre bajo su aprobación, como vemos en el momento en que el mayor de los Dixon solicita salir al exterior para buscar a su hermano. Tremendo el manejo del stick de golf por parte de Philip, vestigios de una vida anterior acomodada. Pero no dudará, al descubrir que Merle le mintió asegurando que Michonne estaba muerta, en sentenciarlo a muerte ante las turbas, como un emperador romano con el pulgar hacia abajo, en el momento final de la primera parte de la temporada.
Sabiéndose seguro en su papel de manipulador de las masas, se ofrecerá a su gente en la arena de ese circo con la cara mutilada, y admitirá haber sido débil y confiado. No es sino una maniobra para alertar del peligro, de la amenaza que suponen esos ángeles oscuros que han aparecido sobre el tranquilo cielo de Woodbury.
Ese es Philip, encantador cuando quiere, hasta el punto de mantener a Milton de su parte casi hasta el final, de engañar a Tyresse y Sasha haciéndoles creer que él es el bueno y Rick el tarado, de contar con mastines que le siguen ciegamente, como Martínez, Bowman y ese insulso Allen, de ceder el liderazgo a Andrea ante la gente cuando considera que se ha sobreexpuesto, y su divinidad puede verse afectada ante los simples mortales.
No puedo dejar de mencionar dos momentos cruciales: El homenaje al cine de terror durante su acoso a Andrea en la fábrica de ganchos colgantes, aterrador como Cara de Cuero en “La Matanza de Texas”, y protagonizando la escena más Heavy de la temporada, aparte de esa gloriosa inclusión del tema de Motörhead, al salir aparentemente ileso del combate con una veintena de zombies.
Y el arrebato final de locura al disparar a esos hombres que al fin ven la luz, se rebelan y se niegan a cumplir más órdenes, provocando la airada reacción del tirano, del mafioso que solo conoce el recurso de la violencia una vez que sus planes se desmoronan.
No sabemos que nos deparará The Walking Dead en el futuro, pero Philip, como he dicho al principio, es un malvado demasiado atractivo, y su rol en la serie debería dar lugar a nuevas tramas de lo más interesante.
Tomado de: http://thewalkingdeadspain.blogspot.com/2013/04/el-gobernador-el-gran-villano-de-la.html
El revuelo que ha generado Philip al desvanecerse en el aire, con su capacidad de atemorizar intacta, con su condición de permanente amenaza que sin duda volverá, al más puro estilo Terminator, nos ha dejado a todos un poso de inquietud, pues, como ocurría en el film de Haneke, deseábamos ver caer a este personaje. Algunos, por esa obstinación en que la serie sea un calco del comic. La mayoría, supongo, porque estábamos cansados, alarmados incluso, ante esa representación del mal que de manera magistral ha construido el actor David Morrissey.
Tan potente que los productores y guionistas entendieron que es un personaje demasiado poderoso como para prescindir de él, y que su presencia ofrece un amplio abanico de recursos argumentales para la siguiente temporada. Porque me cuesta creer que le hayan dejado vivo para eliminarlo en el primer o segundo capítulo de la cuarta temporada, aunque bien sabemos que todo puede ocurrir, y que estamos ante una serie muchas veces imprevisible. No por ello mala. Nunca encontraremos el guión que nos satisfaga a todos, eso está claro, pero, en general, creo que en The Walking Dead hay más aciertos que errores, y más calidad de la que se desprende con un primer visionado. Sirvan como ejemplo algunos detalles: El hijo de Morgan en el primer episodio de la serie, ese Duane Jones, curiosamente llamado igual que el actor negro que protagonizó la versión original de “Night of the Living Dead”, de George A. Romero, en 1968, unánimemente considerada la piedra filosofal del cine zombie. O cierta conversación entre las difuntas Andrea y Lori en un momento de la denostada 2ª temporada, en que la mujer de Rick censura a Andrea por pasar demasiado tiempo fuera vigilando, en lugar de estar en el hogar realizando tareas domésticas. Como mujer liberaba del siglo XXI, ella no puede entender que Lori se exprese de esa manera, pero es que la humanidad, les guste o no, ha retrocedido 400 años con el Apocalipsis.
O la cruel escena del mochilero, con una toma de la mochila exactamente igual al plano que cierra “Henry: Portrait of a Serial Killer”, una salvaje y oscura película de 1986, dirigida por John McNaughton, basada en la historia real del psychokiller Henry Lee Lucas, y protagonizada por un joven Michael Rooker (Merle).
Pero centrémonos en la figura del Gobernador. Debo confesar que mi primer contacto con los comics de WD tuvo lugar en el parón otoñal de esta tercera temporada. Durante el pasado verano fueron filtrándose avances, y era llamativa la expectación de los fans hacia este personaje, los debates que originó sobre qué actor debía interpretarle, etcétera. Pero no tuve claro, porque quería descubrirlo por mí mismo y me negué a leer spoilers, si era bueno o malo. Si sería un aliado, o un escollo en el camino a la supervivencia del grupo de Rick, Hershel y Daryl.
Hasta que apareció en el tercer episodio, con su llamativo aspecto, su impresionante planta, caminando entre los restos del helicóptero, dejando claro desde el primer momento quién toma las decisiones, mientras Michonne y Andrea permanecen escondidas. Y a lo largo de ese tercer capítulo, llegas a creer que es un tipo equilibrado, hasta que la matanza de los soldados de la Guardia Nacional revela de golpe su verdadera condición.
A partir de ese momento, iremos viendo poco a poco las múltiples facetas, negativas todas ellas, de ese líder que mantiene idiotizada a toda su comunidad en Woodbury, al estilo del jefe de una secta a cuyos seguidores ha prometido el Paraíso, rodeado de paramilitares, y manteniendo engañada a su gente, al estilo Jim Jones, como explicará posteriormente Michonne al agente Rick Grimes, en alusión al iluminado que llevó a casi un millar de personas a suicidarse en masa a finales de los 70 en Estados Unidos.
Calculador, percibe enseguida una gran diferencia entre sus dos invitadas: Andrea se dejará cegar por el aparente brillo del asfalto de Woodbury, y creerá haber encontrado por fin un cobijo. Su compañera, en cambio, desconfiará de Philip desde el principio, y el encuentro ante los tanques agujereados por los balazos entre el Gobernador y la guerrera de la katana es muy significativo: Él no es trigo limpio, sabe que Michonne se ha dado cuenta, y que tendrá que vigilarla muy de cerca. Juega a seducir a la rubia ex – abogada, se permite disfrutar de placeres mundanos, y además se recreará en socavar, con el hecho de atraer a Andrea a su lado, la relación entre ambas mujeres.
No todos sus juegos son tan refinados. La sala con las peceras, ese cuaderno en que anota los nombres de amigos y familiares convertidos, bruscamente interrumpido al llegar a la pequeña Penny, y la presencia de esa niña, muerta viviente engrilletada en una estancia oscura, van mostrando paulatinamente el deterioro mental de este hombre, alternado con los discursos pacificadores y mesiánicos ante su comunidad de feligreses.
Deterioro que estalla cuando Michonne descubre a Penny. Acostumbrada a estar alerta, la luchadora bajará la guardia por un instante al encontrar a la niña con la cabeza tapada. No se dispone a enfrentarse a un zombie, porque es incapaz de sospechar que alguien esté tan enfermo como para mantener a esa criatura en esas condiciones.
Siempre atento a aquellos de quienes se ha rodeado, deja actuar a Merle, pero siempre bajo su aprobación, como vemos en el momento en que el mayor de los Dixon solicita salir al exterior para buscar a su hermano. Tremendo el manejo del stick de golf por parte de Philip, vestigios de una vida anterior acomodada. Pero no dudará, al descubrir que Merle le mintió asegurando que Michonne estaba muerta, en sentenciarlo a muerte ante las turbas, como un emperador romano con el pulgar hacia abajo, en el momento final de la primera parte de la temporada.
Sabiéndose seguro en su papel de manipulador de las masas, se ofrecerá a su gente en la arena de ese circo con la cara mutilada, y admitirá haber sido débil y confiado. No es sino una maniobra para alertar del peligro, de la amenaza que suponen esos ángeles oscuros que han aparecido sobre el tranquilo cielo de Woodbury.
Ese es Philip, encantador cuando quiere, hasta el punto de mantener a Milton de su parte casi hasta el final, de engañar a Tyresse y Sasha haciéndoles creer que él es el bueno y Rick el tarado, de contar con mastines que le siguen ciegamente, como Martínez, Bowman y ese insulso Allen, de ceder el liderazgo a Andrea ante la gente cuando considera que se ha sobreexpuesto, y su divinidad puede verse afectada ante los simples mortales.
No puedo dejar de mencionar dos momentos cruciales: El homenaje al cine de terror durante su acoso a Andrea en la fábrica de ganchos colgantes, aterrador como Cara de Cuero en “La Matanza de Texas”, y protagonizando la escena más Heavy de la temporada, aparte de esa gloriosa inclusión del tema de Motörhead, al salir aparentemente ileso del combate con una veintena de zombies.
Y el arrebato final de locura al disparar a esos hombres que al fin ven la luz, se rebelan y se niegan a cumplir más órdenes, provocando la airada reacción del tirano, del mafioso que solo conoce el recurso de la violencia una vez que sus planes se desmoronan.
No sabemos que nos deparará The Walking Dead en el futuro, pero Philip, como he dicho al principio, es un malvado demasiado atractivo, y su rol en la serie debería dar lugar a nuevas tramas de lo más interesante.
Tomado de: http://thewalkingdeadspain.blogspot.com/2013/04/el-gobernador-el-gran-villano-de-la.html
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